Sin el ánimo de blasfemar o incurrir en una pena capital que devenga de creencia religiosa alguna, extraigo lo siguiente de mi vademecum de bolsillo.Y la cosa viene del lado místico de los "utileros", esas personas que lejos de intentar sobresalir, hacen un apostolado de su tarea.Sino contámela che compadre, los tipos están en todas, antes, durante y después de los partidos, se bancan todas las frustraciones y de paso suelen ser receptores de la bronca “toda juntita”, cuando el asunto salió dado vuelta dentro de la cancha.
De esas puedo contarte hasta el hartazgo, che fanático, primero por haber parado la oreja y escuchado anécdotas para las “mil y una noches”, y luego por haber vivido en la misma salsa un montón de berenjenales.
Nuestra raza es más o menos salida de tipos que como yo fueron de madera para el bolo,bien del montonazo, ¡pero hay excepciones eh!, y muy honrosas que llegado el caso contaré, pues de esose trata.
“Aquél domingo en Rafaela teníamos un equipo impresionante, y la convicción nos movía bien “acojonada”, para que voy a reprimir el término. Comenzábamos la primera ronda de un torneo regional de clubes campeones y jugábamos con 9 de Julio de la ciudad del oeste. No hablaré del resultado, ya que el punto de esta cuestión es un incidente, entre otros, que nos trajeron de vuelta a casa con el alma por el suelo. Si mal no recuerdo casi de arranque aconteció lo del “flaco“ Humeller, quien estaba destinado por sus propias condiciones a ser goleador como refuerzo de Sportivo, tal cual lo era en su querido Libertad de San Jerónimo.
En esto las estadísticas no “macanean”, perdoname el vulgo tablonero pero, el loco la metía seguido y estaba amasado con la pasta especial de los elegidos.
Para nuestro pesar y el suyo, nada de eso tuvo oportunidad aquél día ya que en la primera de cambio cuando el nueve iba por el lateral derecho llevando la bola con hambre de piola, lo cruzó un “camión” con el número cinco en la espalda y le hizo sonar una gamba. Digo sonar y es literal porque desde el banco de recambio, con Pulsini y Mario Sosa sentimos el “crac” de la fractura y nos dolió en el corazón. De ahí todo se vino abajo para nosotros al reanudarse el encuentro, pero eso queda para otro tramo.
Recuerdo que trajimos al valesano herido al sanatorio de la avenida en nuestra ciudad de Esperanza y quedé a su cuidado parte de la noche, sucesivamente lo hicieron otros del club como correspondía, el guerrero caído no podía quedar a solas con su infortunio.
El “top” de esta cuestión fue que en un momento, con el sonido ambiente característico de pasillos y enfermeras yendo y viniendo, el lungo me dijo; “sabés loco, cuando sentí el ruido en el choque, creí que yo lo había quebrado”.
Nos hizo gracia el comentario y reímos juntos pero, a la vez pensé en el código que existe entre pares, del que tanto se chamuya, y saber que cada jugador considera compañeros de “rubro” a los once de enfrente.
Esto dignifica el juego y a los que protagonizan este espectáculo competitivo maravilloso, me lo dije entonces y ratifico hoy por si tiene alguna validez. Creo que más allá de perseguir el triunfo, el tema pasa por la confraternidad nacida de un divertimento social, al menos en esta región, donde los dividendos son ínfimos y no cambian la vida a nadie, o a muy pocos.
Parecerá una quijotada a las luces actuales de esta manifestación deportiva en otras esferas, donde los intereses que se juegan son altos y ponen colores de vida o muerte, a una bella expresión humana. (Por José López Romero)